Zeta Beer nació en 2014. Manolo llevaba tiempo haciendo cerveza en casa, experimentando, y su amigo Carlos trabajaba para una de esas grandes marcas, en Dinamarca, encargándose de algo tan monótono como los rendimientos energéticos. La causa les convenció: por qué no montar una pequeña cervecera artesanal valenciana. Del nicho al hecho, ya trataron de asumir una inversión que implicó favores familiares y préstamos. Artesanal, sí, pero profesional: segura (sanitariamente) y estable (sabor y color homogéneo, para que distribuidores y clientes puedan quererla). Había que comunicarse y vender, motivo suficiente como para que Guillermo Lagardera se sumara al proyecto como tercer y último socio.
“Cuando empezamos éramos pequeños. No sabíamos qué seríamos, qué acabaríamos siendo”. Zeta, el naming, derivaba de esa referencia local a tomar una cerveseta (cervecita). Se apostó por un diseño de lo desprovisto, en un mix por apurar los escasos recursos y sentirse cómodos. Del logo y concepto original, hoy, todavía quedan rastros en su marca. Sin embargo, y tras una etapa hacia la profesionalización con diseños individuales de Lawerta, la empresa necesitaba dar un salto cualitativo a partir del imaginario visual y comercial. “Tuvimos un contacto, un intercambio con la artesanal andaluza Río Azul. Nos gustó cómo lo hacían en este sentido. La sorpresa es que, quien lo hacía, era valenciano”.