Inspirado en la industria inglesa, fue un producto reconocido por su innovación que logró superar a sus modelos de referencia. Toda su producción es original de la población de Meliana (Valencia), donde el empresario Miguel Nolla la inició en 1860, y en el s. XIX se convirtió en uno de los elementos decorativos más destacables del modernismo español. En Barcelona, estas piezas pueden verse no solo en la Casa Batlló, sino también en otras construcciones emblemáticas del Eixample como la Casa Burés. En su ruta por la geografía española revistieron suelos de lugares como el Palacio de la Magdalena de Santander, la Iglesia de Santa Ana de Triana y el Palacio de Villagonzalo de Madrid. Haciendo honor a su origen, lucen mosaicos Nolla relevantes instituciones valencianas como el Ajuntament, el Teatro Principal, el edificio de Correos, el Palacio de la Exposición, el Mercado Central, además de numerosas fachadas del barrio del Cabanyal.
“El mosaico Nolla fue uno de los motores de la revolución industrial española de finales del siglo XIX”, ha destacado Xavier Laumain, arquitecto experto en patrimonio y presidente del CIDCeN. “Con su característico diseño y el saber hacer del oficio, fue capaz de traspasar todas las fronteras.” Se exportó a todo el mundo y por ello todavía se pueden encontrar magníficos ejemplos de estas alfombras cerámicas de originales diseños multicolores desde Buenos Aires hasta Santiago de Cuba, pasando por capitales como Lisboa o Moscú. “Estas teselas, colocadas pieza a pieza por hábiles mosaiqueros, tuvieron una especial implantación en España, por supuesto, pero también en todos aquellos territorios que a finales del s. XIX y comienzos del XX tenían relaciones comerciales con nuestro país”, explican Ángela López y Vanesa García, codirectoras del proyecto.