Uno de los errores más comunes en el uso de estos contenedores marrones es tirar restos no orgánicos como: objetos de cerámica, pañales, colillas, chicles, toallitas húmedas, arena para mascotas, pelo o polvo.
Ligar diseño y restos orgánicos es uno de los grandes desafíos en los que trabajan muchos estudios de diseño. Generar packagings capaces de, una vez acabado su ciclo de vida, poder compostar directamente y devolver a la tierra como fertilizante.
Gracias al ecodiseño, es decir, al proceso de diseño que considera todas las etapas del desarrollo de un proyecto, se puede generar el mínimo impacto ambiental posible a lo largo de todo el ciclo de vida. Todo ello sumado a que el 70% del impacto ambiental de cualquier producto/pieza gráfica se decide durante la fase inicial, es clave para sentar a un profesional del diseño sensibilizado a decidir y crear el futuro de un producto.
Para la diseñadora Nuria Vila, «hemos de pensar siempre en circularidad. De la tierra a la tierra. Y para diseñar bien primero tenemos que reducir, reutilizar y, como última opción, reciclar. Y es en esa última opción donde podemos pensar en un envase que tenga bien especificada la tipología de material en el packaging y donde debe tirarse. Si diseñamos packs compostables tenemos que comunicarlo muy claramente para no llevar a equívoco a ningún consumidor. Ocurre mucho que el plástico de origen natural como el PLA, que en su mayoría viene del almidón de maíz, no está bien especificado su origen y la gente lo tira con los plásticos, contaminando así la cadena de reciclaje. Si usamos materiales de origen vegetal (que son compostables) intentemos que vengan de residuos como la caña de azúcar, el bambú entre otros, y así no usamos lo que pueda ser alimento para hacer packagings», explica.